“LAS CALLES, VESTIDAS DE PROMESAS”
En España, por lo general, no sabemos hacer carteles. Supimos quizá hace medio siglo, pero acabó por devorarnos la colonización en forma de letraset. En teatro concretamente, empresarios y estrellas de magnitud dudosa han acabado por hacer del cartel una sopa de letras, una ampliación heliográfica del programa de mano, a veces incluso con sus anuncios y todo.
El cartel debería causarnos la misma impresión que un exhibicionista abriéndose la gabardina, o al menos la que el soñaría producir. No nos puede dejar indiferentes, nos tiene que llamar la atención: “!Coño! ¿Qué es eso?”. De la imagen, de la extrañeza, del … gancho, a la información. Este chistera, en concreto, nos reenvía al nombre de su autor, Aleksander Fredro, un tío lejano de los “boulevardiers”. Un respetable sombrero, fundido con un culo inequívocamente femenino. ¿Hay quien dé más por anunciar un título… y un género? Cuando veo un cartel así, me están haciendo una promesa: vas a asistir a esto, exactamente a esto. Si, luego, los actores, o el director -o el técnico de luces- se equivocan, eso ya es harina de otro costal. En realidad, el cartel me propone una lectura del espectáculo, que al mismo tiempo, me invita a presenciar. La verdad es que a veces ocurre una cosa muy curiosa: el cartelista acierta, y la compañía titular no. !Gajes del oficio!
A lo que íbamos. Ya que nos venden electrodomésticos, poniéndonos monigotes en las paredes de la ciudad, que cuenten con los graffiti del “Muelle” o de “Bleck la Rata”. La belleza debería estar en las calles, no en los museos. Y los carteles podrían ser algo así como la ropa interior de la Gran Vía.
Los polacos saben mucho de eso. O, si no, hojee Ud. este catálogo y luego hablamos.”
Ángel Facio